[HISTORIA NATURAL DE ESE HIEROFANTE LLAMADO YIYE ÁVILA]

Yiye Ávila falleció el 28-06-2013, a los 87 años.

El miércoles 8 de abril de 2015, se celebró la premiación de los ganadores del 3er. Certamen Literario de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.

[HISTORIA NATURAL DE ESE HIEROFANTE LLAMADO YIYE ÁVILA]
Eliezér Márquez Ramos
Ensayo Publicado originalmente en Caminos Convergentes

“Pero, ¿qué mayor tentación que la de aparecer como un comisionado, un profeta, un embajador del cielo? ¿Quién no afrontaría muchos peligros y penalidades con tal de alcanzar un carácter tan sublime? […]La más pequeña chispa puede aquí encender la mayor llama. Pues los materiales siempre están dispuestos para ello. El “avidum genus auricularum”, el populacho hipnotizado recibe con avidez, sin examen, todo lo que halaga la superstición y promueve la maravilla.” [1]
(David Hume, Investigación sobre el entendimiento humano)

Que no llevaba guardaespaldas a ninguna parte, que era un tipo demasiado humilde según Nicky Cruz. Que predicó en el patio de Oso Blanco, que provocó que muchos creyentes escamparan los televisores de sus casas para los tiempos de Don Cholito. Que habló por muchos años en contra de que las mujeres se maquillaran y vistieran pantalones y que hasta el presidente Daniel Ortega lo recibió como a un nicaragüeño más. Yiye Ávila, (Mr. Norteamérica en 1954), era el macho dominante enfático: a todo el que no entendiera la Biblia como él la interpretaba: de cabeza al infierno caminaba, por siempre y sin salvación, a los lengüetazos eternos del fuego, al horno preparado para Satanás y sus ángeles. 





Todo comenzó por la década del 60, por los días en que Muñoz Marín parecía un buey abatido por una tormenta de insolaciones. Muchos años antes de que empezaran a sonar en Camuy los altoparlantes de Yiye Ávila, muy cerca de la misma geografía arenosa, una radiosa gorda arecibeña había visto caer del cielo una estrella que se precipitó contra su cabeza en el 1940. Juanita García Pereza (Mita) ya había sido elevada a nivel de diosa populista de Hato Rey cuando Yiye comenzó a imprimir tratados apocalípticos. Su fama de místico huesudo se diseminó a través de los casets de predicaciones grabadas en las que contaba cómo era tan evidentemente claro –por la proliferación rampante de la homosexualidad y los avances científicos y los rusos de la Rusia de esos años– que ahora sí que sí las trompetas estaban por anunciar la entrada triunfal del que fue muerto y sepultado en tiempos de Poncio Pilato y subió después al cielo y se sentó a la diestra del Padre. Hitler ya era para entonces material inservible de un pasado reciente, pero latente. Camus había muerto en un absurdo accidente automovilístico.

Aquí, en tiempos de El Mundo, y mucho después que Pedreira hubiese visto en el Insularismo la confrontación puertorriqueña entre católicos y protestantes, el joven Yiye, después de echar al zafacón las pastillas de cortisona y seguir una voz cósmica y audible que le hablaba cosas sobre el fin de los tiempos, se obsesionó por mucho tiempo con los aconteceres rusos y con todo lo que demostraban ser los síntomas de que el mundo empeoraba para recibir la entrada triunfal del Rey de Reyes. Décadas antes, como se sabe: fue inevitable para los cristianos que vivieron en plena Segunda Guerra Mundial ver que Hitler era sin duda la bestia de siete cabezas con diez cuernos que salía a tragarse el mundo. Casi se lo traga, pero aquí estamos: sin Hitler y en un mundo que por primera vez se entera de los estragos del Ébola. 

Pero si hubo amor en los tiempos del Cólera, ¿no puede haber amor en los tiempos del Ébola? Los incendiados lenguajes de los predicadores actuales que suscriben las mismas obsesiones de Yiye afirman que no, insisten en el arrepentimiento y pronostican bocanadas de dragón. No dejan espacio a nada y cierran toda posibilidad de continuación. Estos comisionados del cielo repiten en la radio y en la televisión como teléfonos insoportables, con las cuerdas vocales descosidas, que ya nos despidamos de los gatos que amamos como personas y de las personas que amamos como gatos porque no se repetirán más historias de amor, porque el fin viene y viene de verdad, como que Unamuno está allá arriba a punto de acabar su novela Niebla y por más que le roguemos que no nos mate, ya lo ha decidido: Unamuno nos matará. Pero, ¿y cuándo por fin nos despedimos definitivamente? ¿cuándo? Si ni el mismo Yiye, ungido por Jesucristo, supo ni el día ni la hora en que el corazón le iba a fallar.
En toda la literatura tronante que produjo José Joaquín Ávila Portalatín, queda demostrado que lo que le faltaba era educación, cosas nimias como saber en dónde se usan las mayúsculas y la sutil diferencia entre escribir Hay de haber o Ay de lamentarse como el profeta Jeremías. Eso, porque imaginación para apabullar niños tenía mucho más desbordante que el mismo Stephen King, como lo demostraré. Orondos pastores con problemas coronarios como el Pastor Julio E. Ribas Dominicci, que se considera hijo espiritual de Yiye Ávila, es uno de esos hierofantes que a son de ad baculum quieren arrestar a todo el que le preste sus orejas. Este gran sabio está persuadido hasta el delirio de su calvicie que Dios usa a los cineastas para que le muestren a la gente – en pantalla grande y con todos los biombos de la tecnología tridimensional – el modo en el que se cumplirán los versos del apóstol Juan cuando, babeando en las arideces de Patmos, se puso a escribir las elocuentes cartas que hoy se venden en Walmart y en Sam’s Club.


He aquí otra tremebunda verdad del fin de los tiempos que hay que contemplar con sobrecogimiento: que hay Biblias preparadas para todo público consumidor: divorciados, pacientes de osteoporosis, solteronas, pajeros, suicidas, dializados, veganos, imberbes, niños con falta de autoestima, hermafroditas, en fin. Hoy es el tiempo de las Biblias personalizadas.


MOMENTOS PROFETICOS, así se llama el tronante programa televisivo cuyo opening parece el comienzo de una tormenta eléctrica que nunca llega mientras una voz de coturno griego cita las profecías del fin del mundo que dictó Cristo: “PORQUE SE LEVANTARÁ NACIÓN CONTRA NACIÓN Y REINO CONTRA REINO”. El Pastor Ribas pasa una hora como un profesor deshidratado explicando los acontecimientos del futuro tal y como van a suceder, con ese mismo cansancio de maestro de elemental que le detalla a los nenes cómo funciona la fotosíntesis y cómo es que van a nacer las habichuelas en una servilleta mojada. Lo que nunca dice, claro está, es cuándo exactamente van a empezar a suceder, ni tampoco contesta nunca por qué Dios – como se lo planteaba Carl Sagan – es tan aparentemente claro en la Biblia y tan oscuro en el mundo que supuestamente ha creado. Para ese impasse siempre citan: “EL DIA NI LA HORA NADIE SABE”. Nunca hemos sabido, en esta vida, el día ni la hora de muchas cosas.


Los grandes recursos de persuasión de este gordinflón del pueblo de Utuado son los artificios fascinantes de la ficción cinematográfica. Vende carpetas con noticias de periódicos recopiladas que confirman lo que algún día vendrá y también vende películas terroríficas de bajo presupuesto como Left Behind, la saga que hizo rico a Tim LaHaye y que recientemente se volvió a llevar al cine con Nicolas Cage como actor, después del otro triller muy promocionado en las emisoras evangélicas puertorriqueñas: The Remaining. Filmes con agendas de proselitismo detrás. MIEDO, MIEDO, MIEDO. Así es como único se mantiene vigente esta gigantesca empresa cristocéntrica. Miedo a las calamidades que se puedan sufrir aquí, miedo a la calamidad eterna que se pueda sufrir en el más allá. De este modo eficaz, vendiendo como pan caliente carpetas y películas en combo y sin popcorn, el pastor Ribas, que con extenuada dificultad se puede levantar del asiento desde el que le pide a Dios que abra los ojos de los que no pueden ver con claridad que el fin está a la vuelta de la esquina, mantiene bien arrestado a su pequeño público televidente, porque nunca falta la amenaza: Ay de aquel que ose llevarle la contraria. Ay de aquel que ose contradecirle su hermenéutica perfecta de cómo es que se van a desencadenar todas las metáforas hirvientes que Juan escribió en Patmos. Ay del que no crea y que anteponiendo el sentido común no se trague toda la doctrina escatológica que ellos confeccionan en su gigantesca fábrica televisiva. Ay del que no se convierta en una fiel ovejita televidente de orejas caídas. Grande será el lloro y el crujir de dientes. De hecho, cuando se enteren que yo, valiéndome del sentido común, me senté a escribir esto – ya puedo oírlos – dirán: Dios se apiade de ti, atrevido, que te atreves a levantarte en contra de los ungidos del Altísimo. Me adelanto a tomarme la molestia de responder: I don’t give a fuck.


Yiye – en sus épocas grandilocuentes y ruidosas – dijo que él estaría vivo para la segunda venida de Cristo, o algo así: que nunca moriría, que es como decir casi la misma vaina porque Cristo de seguro aparecerá cuando la misma muerte se devore a ella misma. De este modo, la muerte de Yiye, su fallecimiento físico completo y sin remedio: constata un colapso. El grandioso predicador de la verdad excluyente queda, por sus propias palabras, como un grandioso embustero que difundió grandiosos embustes por el Bronx, Tacna, Chile, Portugal, Nicaragua, Ecuador, Bolivia y otros Macondos.


El texto bíblico declara que “por tus palabras serás condenado”[2], ¿no es cierto? Pues transcribo una predicación en la que Yiye mismo relata, en ese pico de su fama como evangelista internacional, una curiosa experiencia de su vida infantil:

“Pasaba un entierro y cargaban a alguien en un ataúd llevándolo pal cementerio y yo me quedaba mirando aquello (como que me impresionaba) pero siempre sentía una voz interior que me hablaba claro y me decía: “A ti nunca te sucederá eso”, y yo me quedaba atónito, se me frisaban los cabellos… No voy a explicar eso, los entendidos entienden…” (Mi testimonio, énfasis mío)

Si por algo Yiye debe arder en el infierno que con tanto gusto predicó es por paquetero. Frente al triste ritualismo funerario de un vecino, el jovencito apabullado – en los tiempos en los que no sabía que se convertiría en el Billy Graham de los latinoamericanos – oyó una voz que le dijo que nunca iba a morir. A ti nunca te sucederá eso: no te cogerá la pelona como a los demás, la viuda sin dientes nunca te engullirá, no irás en un sarcófago, como ese que estiró la pata y que lo llevan al falansterio a son de rosarios. Eso dijo con una soltura sonriente delante de mil personas y después habló en lenguas que se transcriben así: AZAKILAMAYAZÓJAVA. What? Watagatapitusberry[3].

Desde luego, ahora pueden salir sus defensores a decir que esa voz no era la voz de Dios, o que lo que Dios le dijo no era nada referente a la muerte física y tenía que ver con la vida eterna [4]. No me extrañaría porque de hecho, he visto que Yiye, en sus cosas raras, sus seguidores pichean para locos[5]. Como en esa interpretación suya del arrebatamiento en el que Cristo vomitará de la boca a los tibios[6]. Con una seguridad de juez infalible y con toda la libertad de cátedra que le permitían sus años Yiye enseñaba que cuando los cristianos fueran llevados al cielo, los cristianos tibios (mundanos, que no oran mucho, domingueros) subirían también como todos los demás, pero ya en el aire se iban a desplomar otra vez contra la tierra como guanábanas maduras y se quedarían aquí con los impíos para sufrir la gran tribulación. Eso era la vomitá cómica de Cristo. Como leer un pasaje de Cien años de soledad y enterarse de pronto que el Padre Nicanor levitaba cuando tomaba chocolate. Tómeselo de ese modo tranquilo. Puro realismo mágico. Los que le uelían a Yiye el poliéster de su camisa pichaban para locos, como que viven en Macondo, como si no hubieran escuchado la truculencia que Yiye había propuesto dos mil años después, después de todo lo que han planteado todos los doctores de la iglesia sobre cómo es que Cristo regresará en gloria a juzgar vivos y muertos.


Ahora, ya lo escucharon: Yiye, tal como lo tiró en su inspirado sermón: dijo que nunca iba a sufrir el destino común de todos los mortales porque una voz divina se lo dijo. No le dejemos pasar esta. Nuestro enclenque beato criollo ha sabido distinguir muy bien entre la voz de Dios y la del Diablo. Eso es lo que le ganó su destaque en la multitud evangélica que lo veneraba. Además, es más que claro que Yiye lo cuenta como una experiencia en la que quiere dar prueba de que, aun cuando no se había convertido ya Dios lo había escogido y por eso lo perseguía por los campos de Camuy y le enviaba angelitos juguetones para que lo cuidaran de una muerte prematura. Pero al ponerle stop a la grabación del testimonio grabado de Yiye: la única verdad ahora incuestionable que vemos es que le sucedió lo que le sucede irremediablemente a todo el que pasa los ochenta años: un día les da un mal vientito y caen como un palo seco y no hay Dios que los levante.

Por esto Yiye es el gran héroe trágico de nuestra isla que nunca llegó a su hamartia pero sí a su metabolé. Ese niño del 1925 está definitivamente muerto. No hay que pedirle a Pilatos que envíe guardias a su tumba. No va a resucitar. Se va empezar a podrir desde adentro, con su propia flora intestinal y se lo van a cenar sus propios gusanos transparentes como que todos los hombres son mortales, Sócrates es un hombre, ergo: Sócrates es mortal.

Ahora, ¿saben qué pasó con esta anécdota de la infancia? No vuelve a aparecer otra vez en ninguna de las ediciones posteriores en las que se reseñó la biografía del gran evangelista. Lo que permite considerar: o la suprimieron por verla innecesaria, o los que llegan después, para arreglar un poco las cosas que se acumularon con los años, admitieron dentro de sí mismos que a Yiye se le fue la hoya, como diría un peninsular[7]. Es que ni siquiera él se tomó la molestia de aclararla; la dejó caer como una verdad contundente de Dios y usando el lenguaje críptico de la Biblia cerró diciendo: “los entendidos entienden”. Los de entonces no podían hacer nada. Ahora es que vemos que al huesudo Juan Bautista se le fue la mano con el cuentito de su infancia jíbara, y el problema epistemológico es que Yiye fundó a Yiye sobre columnas incuestionables, sobre explanadas marmóreas en las que no había ningún temblor de duda, porque aquello que no decía Yiye desde Yiye, lo decía Dios desde Yiye. Que como quien dice: para plantear que fue un embustero como todo mortal común y corriente tiene el libre albedrío de serlo con toda absolución de culpa, uno está entre la espada y la pared, porque Yiye con su “guasimilla monga”[8] se posicionó a nivel de Cristo insular: “Yo y el Padre uno somos”[9]. Foucault contestó una vez que la experiencia es una ficción que uno fabrica para uno mismo[10], y en ese sentido: todos somos unos inocentes fabricadores de ficción porque cuando hablamos de nuestras experiencias no estamos sino construyendo un templo de aire que existe a partir de nosotros y que no existía previo a nosotros. En palabras populares: las palabras se las lleva el viento; en palabras elevadas: Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar / que es el morir, pero no todo se va al viento o a la dispersión en el inmenso mar lleno de muertos cuando queda algo grabado, y Yiye lo dijo y quedó grabado. There’s the rub. 

En la mensual revista La fe en Marcha se solían publicar todos los milagros que Cristo obró por intermedio de su siervo puertorriqueño en las multitudinarias campañas que se realizaban en diversas partes del globo terráqueo. Se venden camisas que dicen “Jesús es la solución”, se leen cartas de creyentes que le escribieron a Yiye para decirle que “el pañito ungido” obró un portento quitándoles un dolor de rodilla o de muela y, como en una del 1991: se denuncia lo ¡pernicioso!, ¡fatal!, ¡trágico! y ¡abominable! que es ver a los Simpsons. Homero y sus blasfemias ante el Reverendo Alegría (Timothy Lovejoy) siempre han desconcertado a los fundamentalistas. En otras ediciones se recalca el fuego y el azufre eternos que le esperan a los homosexuales por desviarse del plan original de Dios[11], se repasa por qué no deben los papás dejar a los niños tricotear el 31 de octubre y aparecen suculentos reportajes como el del ministro que murió ahogado y fue al infierno y volvió para contar de los horrores inenarrables que allí esperan a los idólatras. Estas anécdotas que se usan para corroborar la existencia del infierno están choretas a tres por chavos. El infierno y el cielo son un negocio muy rentable desde los tiempos del Lazarillo de Tormes: cuando alguien dice haberlo visitado en algún modo, bajando por alguna rendija o alcantarilla abandonada, sea que murió, que Cristo la sacó del cuerpo, que tuvo un sueño muy vívido, como la coreana Choo Thomas o el reverendo Bill Wiese, el “avidum genus auricularum”[12] mencionado por Hume convierte ese tipo de literatura en bestseller del New York Times. Y la obra de obras de Dante Alighieri es una cosa, y lo que inventa gente analfabeta es otra. Da la casualidad que casi siempre ven a Michael Jackson por allí los que visitan las llamas del mundo inferior. Por esta misma línea, la revista recomienda los libros inspirados de Yiye, que es en donde más se explota la imagen de santo en las portadas y contraportadas: Yiye aparece predicando, Yiye aparece arrodillado orando, Yiye aparece cual voz del desierto ante multitudes con micrófono en mano, Yiye aparece con sus manos en alto mirando al Señor que hizo los cielos y la tierra en seis días y en el séptimo descansó. En un reportaje un vasallo del ministerio explica por qué Mita es la encarnación de Satanás y no del Espíritu Santo[13], y de cuando en cuando publican historias fabricadas como la del ateo Chester Bedell[14] que, estando en vida decía que si Dios existía que lo probara cuando él muriese enviando serpientes a su tumba. Y uno se queda como: WTF? Cuando el ateo Chester murió, allá viajaron unos diligentes ministros protestantes a recopilar la evidencia con cámaras. Las fotos (disponibles en Google o Youtube) muestran a un ministro señalando la tumba del ateo plagada de serpientes engordadas que hacen que uno se pregunte si no fueron los mismos sensacionalistas ministros los que las cargaron hasta allí para dar una muestra aterradora de la existencia de Dios.

Como “órgano oficial del Ministerio Cristo Viene” las inspiraciones escritas de Yiye siempre encabezan las ediciones. Yiye es el Abad de la orden, el Papa de su pequeño Vaticano en la latitud 18 grados Norte. Al principio se nota que Yiye se tomaba a pecho responder a sus detractores, a aquellos cristianos que le llevaban la contraria en algún punto de su volcánica dogmática conservadora que rechaza vehementemente al mundo y sus placeres. En esas columnas, a veces Yiye se desborda en tremendos cuentos personales de ángeles y demonios [15]. Años después, veremos a Yiye, en otro rol, promocionando café con Ganoderma [16], recomendándolo como una fuente de salud que incrementa las voliciones seminales y vigoriza. No se hable por demás del escándalo que desató cuando por el 2007 se escuchó su voz en un CD de reguetón cristiano apoyando a los nuevos exponentes sacros del género. Con el tiempo, es verdad: a Yiye le bajó la presión y se convirtió en un Santa Claus bonito, querible y adorable, y se recibía como anciano santo a donde fuera, aunque sus poderes de X-MEN ya no doblaran metales ni suscitaran tormentas de fuego.

Pero lo rotundo a vista corta con la muerte de Yiye es que decae una etapa en el protestantismo puertorriqueño: el fervor y el agite por la segunda venida de Cristo. Jorge Raschke no lo quiere admitir, pero sus tiempos de gloria con los que amedrentaban a nuestros abuelos, afortunadamente pasaron. Ya perdió su atractivo esa arenga que antes ganaba tantos ofrendantes asustados y apabullados. Ya no hay tanto “moño seguidor de Yiye Ávila” como se percató Edgardo Rodríguez Juliá en El entierro de Cortijo.

Han dicho tantas veces que Cristo está cerca, que la gente se ha ido a mear despreocupadamente en lo que aparece y, como lo comprueban los gustos de ministros como la radiosa Wanda Rolón: si uno tiene grandes entradas de dinero, en este mundo se pasa mucho mejor. Ese tipo de cristiano parece que dicen a veces a voces: Cristo, aguántate allá arriba, no bajes todavía para que no nos arruines la prosperidad recién construida a tu nombre. Después de todo: con una ATH bien proveída se consigue mucho más en los Outlets de Barceloneta que con una oración casera.

Cuando Yiye llegaba a los lugares lo esperaban a él, no a Jesús de Nazaret. En las fotos de la revista La Fe en Marcha, se nota que Yiye disfrutó su aplaudido estrellato de Chamán. Aparecía Yiye y las gentes lloraban y gritaban y alababan a Dios hasta que se caían los techos de los coliseos. Ahora que él está muerto, se resquebrajan los cimientos de una estructura que siempre fue una construcción humana que alardeó del favor divino. Los movimientos religiosos como los que Yiye fundó aquí en el Caribe se valen mucho del marketing para su éxito: Katryn Khulman, en los inicios de su carrera, tenía un enorme letrero neón a las afueras del local en el que ofrecía servicios en el que se leía: “Prayer change things”. Aimee Symple McPherson era como una nominada al Oscar en el enorme Angelus Temple en Los Ángeles California y, en conformidad con ese imaginario: así de frabullosa se peinaba y se vestía, con una pompa muy cercana al obispo de Roma. Sus predicaciones eran dramatizadas e ilustradas a lo Hollywood, en un esfuerzo de atraer curiosos al teatro que ella montaba en pleno altar, con la intención de persuadir a las masas de su evangelio cuadrangular. Una vez trajo a un gorila de cartón para que vieran todos cómo derribaba con los sesenta y seis libros de la Biblia la teoría de Darwin. Wunderbar! Como todos sabemos, después de ese golpe a ese gorila de cartón: el creacionismo ha prevalecido sobre la evolución. Por más que digan que no: Yiye fue para los pentecostales lo mismo que Mita para los Mita, lo mismo que el ángel Moroni para los Morones (digo: para los Mormones); es decir: Yiye ha sido lo más patéticamente grande que esta isla haya visto y verá hasta que Cristo descienda y todas las tribus de la tierra hagan lamentación (Apoc. 1:7). Todas las denominaciones protestantes de esta isla le deben a Yiye un por ciento de los que hoy están sentados en sus banquetas los domingos mirando hacia el trono de Jehová, pues aunque Yiye era obelisco del pentecostalismo [17], su función de sembrador y rutilante apóstol era simple: convertir conejos salvajes en gatos domésticos, luego enviarlos después a que se congreguen hasta que se mueran ellos o Cristo venga. Algunos alegan haber sido sanados por una oración de Yiye. Nada aparatoso. No se me asuste nadie. Yiye, como un Blancamán el bueno: sólo rellenaba caries, quitaba dolores de rodillas, enderezaba dedos, reorientaba lesbianas, sanaba gagueras y sorderas, y quitaba dolores de vientos en los intestinos. Los grandes grandes milagros que se le atribuyen no pasan el rigor de la prueba. Rosana Parma [18] aparentemente había sido operada del estómago y le había recortado una parte por lo que no podía comer demasiado. Pero “después de la oración de fe el hueco de su barriga se le llenó y pudo comer de todo” alegan los que recopilaron la noticia y uno se pregunta si ellos siguieron la vida cotidiana de la mujer por un mes por lo menos para corroborar el milagro o si les bastó con coger el dato por escrito y sacarle la foto junto a Yiye y vámonos que el mundo es grande. Lo mismo pasa con Osvaldo en una campaña en México. Desde los siete años “estaba atado por un demonio de homosexualismo”. Pero Yiye oró por él y un “calor sobrenatural” cayó sobre el joven y el impacto fue tan grande que se desplomó. Cuando se levantó, Osvaldo “encontró que estaba totalmente cambiado. Al otro día volvió a la campaña y testificó que había sido totalmente liberado.” [19] 

Me pregunto si Osvaldo todavía vive en alguna árida aldea de México. Me pregunto si días después de la campaña el demonio volvió a su vida cuando vio pasar por una calle un buey en mahones apretados al que se le formaba un prodigioso bulge.

Realmente todas las revistas que se publicaron desde la década del 70 hasta la visita de Benny Hinn a la isla en el 2009, son un acopio de patetismo que apesadumbra y provoca risa a la vez. Si la persona lo dice, basta con eso, “Aleluya. Cristo lo sanó”, esa es la conclusión más repetitiva, revista tras revista. Como en el milagro creativo de Ema de Isua en Buenos Aires [20], una señora mayor a la que le extirparon un seno derecho. Yiye aparece junto a la dama que se agarra la supuesta nueva teta que Cristo le reconstruyó. No hay ningún médico que corrobore con un examen físico el supuesto milagro creativo para ver si, en efecto, había una nueva teta, pero una nueva teta con pezón y volumen, bien formada y colgante como toda teta normal, para despejar toda duda de que no se trataba de una sensación de que había una nueva teta en donde seguía habiendo una cicatriz. En otro caso de portada se alega que en una campaña en Barcelona un tal Emilio Pérez fue sanado de AIDS (SIDA), y esta es toda la certeza con la que se confirmó la publicada sanidad: “luego de la oración de fe vomitó y quedó sano. Se fue todo síntoma. Cristo lo sanó.” No hay laboratorios que corroboren que se normalizó todo en la sangre del enfermo. La ausencia de síntomas. Como si eso fuera bastante para decir que ya no padece del virus de inmunodeficiencia. En todos los cientos de milagros publicados que incrementaron la fama de Yiye, el mismo error se repite sin interrupción: se publican milagros que necesitan márgenes más amplios para ser corroborados o exámenes de laboratorio que nunca se hicieron. Pero no importa. Lo importante es que el que se jura sanado se saque una foto con el encorbatado Yiye y amén.





En todas esas promocionadas campañas, Yiye reiteró muchas veces en los confines católicos más recalcitrantes de América del Sur, que todos los ajuares de la Gran Ramera descrita en Apocalipsis eran ostentados impúdicamente por la Santa Sede en Roma. (El Reverendo Ribas también lo demuestra en su programa con recortes de periódicos). La misión de Yiye era desbancar a todos los curas de esta isla, socavarle al Estado del Vaticano sus antiguos tugurios. Yiye vivió toda su vida tratando de agrandar un sólo monopolio espiritual aquí y hasta en Portugal, en donde el Padre Amaro fraguó su crimen. Quería un mundo sin estatuas de yeso y sin crucifijos, bien monoteísta como el de Moisés, y por eso el catolicismo era demasiado italiano para su huraño y abstemio modo de vida oriundo de las cavernas. De Yiye ser ahora el custodio de las puertas del cielo en vez de San Pedro, que se preparen los católicos: van a acabar con sus crucifijos en las pailas de Minos.

Pero el mejor bótate de Yiye era cuando se las quería dar de que él había sido maestro de ciencias. Esto sí se hace saber en todas las reseñas biográficas como quien dice: miren cómo un maestro de ciencias abandonó las sendas Darwin y se entregó a la voluntad de Dios, siempre por encima de los caminos del hombre. Con esa endeble autoridad de maestrito de biología egresado de la Interamericana desacreditaba a la ciencia cuando la ciencia proclamaba algo contrario a lo que Dios había establecido y recalcaba que lo que es imposible para el hombre es posible para Dios. Como muy bien lo planteó el Dr. Albert Ellis en el 1988: una de las características patológicas de las personas religiosas es que las personas religiosas utilizan el pensamiento científico hasta que entra en conflicto con sus creencias [21]. Entonces, a partir de ese encontronazo: empiezan a pensar de modo irracional. 

En la revista La Fe en Marcha de Noviembre de 1991, se dice de entrada: “Estamos en las postrimerías de otro año. Los acontecimientos mundiales marchan aceleradamente, y el hombre no se detiene en esa marcha veloz. Muchos no han entendido que el tiempo cada vez se hace más corto para el Retorno de Jesucristo.”

Desde el 1991 vienen masticando el mismo cuento, el mismo miedo alargado, la misma retórica condimentada de pánico. Antier usaron a los rusos, hoy sospechan del gabán gris de Obama, mañana el diablo (que sabe más por viejo que por ser diablo) sabrá con qué más continúen la cíclica historia de nunca acabar. Desde esa revista del 1991 hasta hoy deben haber muerto casi dos millones de puertorriqueños que creían lo que escribió la editorial que fundó Yiye. Hoy siguen habiendo millones de personas vivas repitiendo lo mismo sin percatarse que los pronósticos se quedaron sin mecha: no ha regresado Jesucristo y del 1991 al ahora se ha enfermado mucha gente, explotó Humberto Vidal en Rio Piedras y murieron 33, se derramaron dos torres en Nueva York con miles de seres humanos y desde ese día todos sueñan con teorías de conspiración, Bush comenzó una guerra leyendo un libro infantil al revés y, en síntesis: ha llovido bastante muerte.

Tampoco se puede dejar pasar que Yiye pasó mucho tiempo predicando en contra de la televisión[22], llamándolo “el cajón del diablo” porque a su haber era un medio de distribución carnal. Sin embargo, este medio, evidencia del avance de la ciencia, fue el que lo catapultó a muchas salas puertorriqueñas y a muchos lugares de Centro y Sur América, y dijo Yiye una vez que hasta en China lo veían. ¿Cómo lo entienden?, le preguntaban. Yiye confiaba en que Dios le pusiera subtítulos a los chinos para que se interesaran en sus terrores hablados en español. Así se diseminó el pensamiento apocalíptico de los que se van y de los que se quedan para “la gran tribulación” hasta los confines de Latinoamérica. Pero también en sus libros Yiye desplegó un poderío incuantificable. En Dones del espíritu, Yiye recalca la importancia de ese don privilegiado en el pentecostalismo: hablar en otras lenguas[23]. En El ayuno del Señor, nuestro beato detalla la gran inmolación que fue superar el ayuno de Cristo. Es el detalle más famoso de su biografía: que Cristo hizo 40, y él hizo 41 días. Pero acaso el libro más caótico es Señales de su venida, en donde se puede ver a fondo la neurosis que este pobre carcamal sufría y que fatalmente contagió a tantas otras mentes empobrecidas. Me he imaginado a las abuelas sentándose a leer todo el caos bíblico que Yiye escribía para luego ir a donde sus nietos y extenderles una cordial y amorosa invitación al culto del jueves. Yiye veía todo acontecer en este mundo desde el ángulo de Pablo, y desde ese referente y hasta ese final se explicaba todo acontecimiento histórico[24]. Como para caerse hacia atrás del asombro es la anécdota de este libro bajo el título que Yiye le pone: “Espíritu-Cristo-88”. Este libro vio la luz de manera independiente en el 89, y en el 93 Editorial Unilit saca la primera edición y me parece que la única, pues fue la única que conseguí. Tal vez Unilit entendió que el libro ponía en tela de juicio su credibilidad editorial o simplemente no tuvo la salida esperada. Son de esos libros que asustaron a los que vivieron cerca a los números que Yiye osadamente predicó. Pero Yiye se cuidó muy bien de no precipitarse a cometer el mismo error de los que en el pasado se enfermaron con la misma fiebre escatológica y dieron fechas del retorno de Cristo. Adventistas y Testigos de Jehová son los dos estruendosos ejemplos que provienen de esos delirios pasados, aunque se caen de fundillo negándolo hasta el día de hoy. Sin embargo, Yiye señaló en ese libro que el 88 fue el año en el que se dio el “cumplimiento de todas las cosas”, porque se cumplía el término de la primera generación desde que se estableció el Estado de Israel.

Vayamos saliendo de este tremedal: esta neurosis caótica no viene de ahora. Desde las incursiones de los godos y vándalos en el Imperio Romano de Occidente, los primeros cristianos tenían mentalidades de crisis y tasaban todos los cambios políticos y sociales como señales incuestionables del inminente retorno de Cristo[25]. El cristianismo no había llegado a sus jóvenes quinientos años, cuando ya se entendían los acontecimientos mundiales de entonces desde la misma óptica que Yiye – dos mil años después – entendería otros acontecimientos mundiales cercanos a sus miedos personales. Así es como estos individuos ganan adeptos: acobardando a las gentes, en una mirada hacia el futuro, desde el miedo del presente. Y muchos caen como compradores que compran café con Ganoderma. En las postrimerías de nuestro héroe trágico, fue evidente – aunque sus vasallos quisieron atenuarlo – que la preocupación de ver disminuir las entradas de ofrendas y de no saber cómo seguir pagando los encarecidos satélites, lo demacró al punto del desgaste físico. Un bípedo sin plumas y con pelo blanco, eso era Yiye hablando en términos estrictamente naturales, por esos días en los que Dios le había hecho lo mismo que le hizo a Cristo en la cruz. Yiye mugía: Elí, Elí, Lama Sabactaní?, y Dios, indiferente, sobre todos los satélites del mundo, descansando sus pies en el vacío. Pero si decían oficialmente que fue por esa preocupación, tenían que admitir una derrota, y más allá: admitir que no era Dios el que financiaba esas antenas, sino la millonada de ofrendantes que buscaban por los programas televisivos. De hecho, alguien mencionó sin cuidado que Yiye estaba atribulado al ver que sus fieles ofrendantes no le respondían como en pasadas épocas. A sus 45 años Yiye afirmaba con venas brotadas que la venida de Cristo estaba al otro lado de la puerta y que la puerta estaba desmadrada, a punto de caerse. Todos estos años los ateos se rascaron los codos mientras aprendieron verbos modales en alemán. Cuarenta y pico años después, Yiye todavía seguía esperando la gloriosa llegada de Godot, aunque ya se le olvidaba qué estaba esperando y la metáfora de una tierra prometida en donde abunda la leche y la miel se le disolvía en la memoria al pobre octogenario. Después del derrame cerebral dejaron de presentarlo en público. Como un triste General en su laberinto, Yiye no sabía lo que decía, hablaba incoherencias descocidas con prolongadas pausas en las que ni Dios lo socorría. Se había convertido en un matusalén que veía a lo lejos el comienzo del diluvio universal por las tierras perdidas, y los que le rodeaban no lo querían reconocer completamente porque admitir eso era tumbarle una pata al evangelio cuadrangular y admitir que Dios dejaba morirse al que tanto lo defendió en este mundo lleno de villanos. Pensaban que su Cristo bebedor de Ganoderma les duraría por los siglos de los siglos. Los Mitas también pensaron que su gorda diosa les duraría por los siglos de los siglos. Lo que diferenció a estos dos hierofantes, además de surgir en periodos políticos distintos, es que Yiye se encausó por la ortodoxia del mediocre abogaducho Rafael Torres Ortega, esa ortodoxia que Raschkie proclama en el Clamor a Dios todos los septiembres. Mita, en cambio, fue para ese triunvirato de penes una mujer subversiva y atrevida, rebelde a las autoridades pastorales testiculares, que se pasó de la raya y fundó un herético sistema económico autosustentable que al día de hoy, como quien dice: es un Estado Soberano dentro del Estado Libre Asociado que produce sus propios huevos y su propia leche. A la poderosa y sabia Mita, hay que dársela quitándose el sombrero: nunca, hasta el día de hoy, ha desamparado a los suyos.






Yiye, sin embargo, probó hasta las últimas ser un hombre de verdad como padre Abraham: nunca claudicó una vez se entregó a la fe y se mantuvo firme en la única convicción que se llevaría a la tumba, del mismo modo que el burro desbocado. Cuando estiró la pata, cuando la pelona se lo llevó sin consideración de que era siervo del que tiene las llaves del Hades, muchos se preguntaron qué sucedería con CDM Internacional y con el MCV en general. Corrían rumores de deudas tamaño Armagedón, de satélites internacionales cuya mensualidad era el precio de una galaxia. En el pentecostalismo han desfilado personas mucho más grandes de alas, mucho más carismáticas y populares que nuestro Yiye. La tendencia trágica que cuenta el corifeo y confirma el oráculo de Delfos es que cuando se murieron: todo se apagó y se redujo a un nimio número de seguidores. Ni las grandes dionisiacas de los griegos que tan grandes fueron sobrevivieron al paso del tiempo. Con el tiempo, de cierto os cierto os digo: no quedará piedra sobre piedra de todo lo que edificó Yiye. Pero no juzguen mi predicción de aquí a un siglo; hay que esperar el tiempo de vida del plutonio y ya verán. Lo que aquí planteo lo baso en precedentes históricos dramáticos que estuvieron a la misma altura de Yiye. Sucedió con Evan Roberts en Gales, sucedió con la fastuosa Kathryn Kuhlman. Todos esos fervores pentecostales dependen de la vida de las personas que los llevan a cuestas, de la fama que se ganan en los imaginarios colectivos[26], de ese hado irrepetible y único que, sin duda, para bien o para mal, tuvo Yiye. En la tan reseñada historia del Avivamiento en la Calle Azusa lo que se corrobora es que cuando mueren los líderes que llevaban los entusiastas movimientos a sus espaldas, hasta ese meridiano postrero llega todo y the rest is silence. Y Borges ya lo cantó:


“¿Qué fue de tanto animoso?

¿Qué fue de tanto bizarro?

A todos los gastó el tiempo,

A todos los tapa el barro.”


Ahora, bajando un poco la voz antes de cerrar: Yiye pasaba semanas, a veces meses seguidos por centro y sur américa en los mejores años de su juventud, y en una de esas largas ausencias ocurrió: su esposa, Yeya, le fue infiel, y eso se diseminó de boca en boca, de culto en culto, y eso fue en toda la carrera de Yiye como un ruidito de fondo ignorado. Dicen unos que a principios de su carrera, dicen otros que en el tope de su éxito. Lo cierto es que casi todos los viejos pentecostales saben este dato biográfico. ¿Calumnia? Quizás. Pero cómo se llegó a saber, y cómo es un bochinche fantasmal y cómo es un secreto a voces del ámbito pentecostal. Eso sí no se sabe. Yo lo escuché repetirse de uno de los internos del ministerio. Lo cierto es que la historia siempre quedará incierta y sin aclarar como el bofetón de Mario Vargas Llosa al Gabo. Lo que me parece importante destacar de este hecho neblinoso, teniendo en cuenta la seriedad de este pecado en especial en el mundo evangélico, es que Yeya, la esposa, aparece a los ojos del pentecostalismo como la Eva de Adán. Yeya fue la infiel, la adúltera, la que flaqueó y comió del árbol del que Dios mandó no tocar ni comer, y en cambio Yiye aparece como el victorioso evangelista que cumplió con su misión y que, ante la tremenda falta de su esposa, condescendió y la perdonó, quedando como el profeta Oseas. Este bochinche nunca escrito nos refiere al tirante y tenso matrimonio del gran hombre de Dios. Porque eso sí se sabe muy bien: del divorcio psicológico entre ambos, del dormir en camas separadas por muchos años y de que los ejecutivos, directores y voluntarios del ministerio mismo no veían con buenos ojos a Yeya y le conocían entre ellos como “la diabla” por su impetuoso carácter irascible. En público: Yeya y Yiye eran dos individuos, juntos en apariencia, (porque es muy importante en el pentecostalismo dar una apariencia como en la Casa de Muñecas de Ibsen). Pero yo los vi de cerca en ocasiones. Parecían cargar algo muy pesado que quizá era un Dios muerto. Era una unión que se había disuelto desde hacía años, como que “el tiempo tiene grietas y grietas tiene el alma… el amor acaba”. Claro, dejándonos ir por las fotos de la revista, esto fue un matrimonio muy rebosante. Hay quienes recalcan la ausencia de Yiye en las vidas de sus hijas, lo mucho que sufrieron por ser hijas de la gran voz pentecostal que estaba un mes en Honduras y una semana en Camuy. Sin embargo, yo veo en Yeya la víctima del terrorismo teológico de Yiye, aunque Yeya misma a estas alturas no esté de acuerdo conmigo. Una mujer que empezó a ver cómo su esposo cambió de rutinas, perdiéndose en ayunos y oraciones, y que a la larga cedió y se le unió porque no le quedaba otro remedio que seguirlo en su locura. El hecho de la infidelidad nunca opacó a Yiye, nunca nadie dijo: Bueno, que se dedique un poco más a atender a su familia y que deje de estar viajando tanto. No, eso no es permitido, eso no es cuestionable. Isaac al matadero si Dios lo pide. La mujer que se quede sola en la casa orando si Dios pide que el macho vaya a la Patagonia a predicar que Sólo Cristo Salva. Así, el hecho glorificó más a Yiye, porque pese a la perfidia, el santo varón la perdonó, no le dio carta de divorcio y optó por nunca más hablar del tema. Pregúntele a cualquier pentecostal de la vieja guardia. 

Pero cuando el telón cae, because “all the men and woman are merely players”, Dios no puede obrar sin herramientas humanas. (Y de hecho sería una buena ocasión para reflexionar: cuando no hay humanos, ¿qué hace Dios allí, sobre ese vacío en donde no está Beckett ni Ibsen ni Eurípides? ¿Existe de todas maneras, así, como si pudiera dispensar de la existencia de Shakespeare?) Siempre tratan los hijos o los atribulados seguidores de perpetuar el legado, pero la muerte lo trastoca todo. Y el problema inmanente es que la muerte – según el libro que tanto memorizan los pentecostales – será el último enemigo en ser derrotado[27]. El último. Escrito está. Con esa tenemos que de aquí a que el Cid se tome la molestia de sacar su espada para degollarla, más nos vale que nos vayamos acostumbrando a la brevedad de la vida, sea infernal, sea paradisiaca.

Antes que el telón cayera, advirtieron sus vasallos que no era producente admitir tan pronto que Sísifo tuvo que soltar la piedra que estuvo subiendo durante cincuenta años de carrera evangelística. Por entonces sufrió el derrame que lo incapacitaría para volver a aparecer en público hasta el día de su deceso. Al morir el patriarca, se corrió el miedo colectivo en toda la isla de que también se acercaba el fin del mundo. Youtube se vio congestionado de anuncios comerciales que adelantaban la aparición de la gran bestia. Pero mientras bajaban el ataúd de Yiye al foso en el cementerio de Camuy: en un colmado de Serbia, ni aire de quién fue Yiye; en un café de Heidelberg donde un alegre niño se comía un früstuck y en un remoto barrio chino, en donde un perro sarnoso se alimentaba de un charco oscuro, ni aire de los terrores y las sombras que Yiye agitó en esta isla de mierda.

No tengo que salir a corroborar estos datos; la imaginación me basta para constatarlo. 

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[1] Hume, D. “Investigación sobre el entendimiento humano”. Ediciones Istmo, 2004. Madrid. Traducción, Notas y Comentarios: Vicenta Sanfélix Vidarte y Carmen Ors Marqués. p. 279, 281.


[2] Mateo 12. 37 


[3] Canción de Black Point que se hizo famosa por esa expresión irrisoria que se contesta y que no significa estrictamente nada.  


[4] “La muerte segunda”, la perdición eterna, un planteamiento muy enfatizado en la teología pentecostal: los que arden en el infierno serán trasladados a su final definitivo y peor tras consumarse todas las profecías y el juicio final: todos los condenados serán echados al lago de fuego preparado para el diablo y sus ángeles. No es una aniquilación sino una perpetuación del sufrimiento que comenzó después de la primera muerte física. Esto es lo que no tolero de este cristianismo: si Dios tiene todo el alegado poder para reducir a nada toda la raza humana que tanto le mortifica con su pecaminosidad, ¿a qué viene la diversión de que, después de esta vida perpetuada y sostenida por su poder, amenaza encima con enviar a todos los pecadores a una eternidad de tortura sin descanso?    


[5] “Pichar para loco”: no prestar demasiado caso o atención a algo en particular. Hacerse el loco, el enajenado, el que no se perturba ni comprende lo que se plantea. 


[6] En el 1963, comienzos de su carrera, Yiye se siente impulsado a orar y relata: “Volví a llorar por la humanidad perdida y también por los hermanos tibios y mundanos que Dios está a punto de vomitar.” (Mis experiencias con Jesús (2007), p. 96) En sus incendiadas prédicas Yiye abundaba en esta interpretación suya sobre Apocalipsis 3. 16. 


[7] En La Fe en Marcha del 40 Aniversario del MCV esta anécdota se salta. Esta revista no tiene año, como sucede con muchas otras de donde extraje los datos, pero tomando en cuenta el punto de referencia de que fue una edición especial de aniversario, posiblemente es del 2001 ya que en el 1996 se celebró el 35 Aniversario. En la edición del 45 aniversario, Num. 4, Agosto-Septiembre 2005 otra vez se elimina de biografía de Yiye la anécdota grabada en audio. Tampoco en “Un hombre, un llamado y un ministerio: Historia, Vida y Desafíos del Evangelista Yiye Ávila”(2007. En su autobiografía“Mis experiencias con Jesús” (2007) no se hace mención de esta anécdota. Por eso me parece que este cuento fue una osadía de Yiye que se ha tratado de sepultar para que nadie vea de cerca lo que dijo entonces y que ahora se corrobora, a post mortem, que como sabíamos: era Yiye, en su pleno delirio de inmortal, más embustero que nunca. 


[8] Guasimilla monga: decir en el que se expresa que una persona tiene una manera sutil y astuta de lograr su cometido de un modo solapado, casi imperceptible.


[9] Juan 10. 30


[10] Foucault, Michel. “La inquietud por la verdad: escritos sobre la sexualidad y el sujeto”. Siglo Veintiuno Editores S. A. (2013) p. 38
[11] El ardiente artículo que condena la homosexualidad desde el gastado ejemplo de Sodoma y Gomorra se encuentra en La Fe en Marcha, Año III, Número 12. Afortunadamente, aparece una nota escrita por los que recibieron la copia en la Biblioteca José M. Lázaro de la Universidad de Puerto Rico en Rio Piedras: “Mayo 1975”.


[12] Adaptación que hace Hume a la frase de Lucrecio: “Humanum genus est avidum nimus auricularum” “La raza humana está demasiado ávida de habladurías”. Hume la usa en el sentido: “raza ávida de habladurías”. (Vicente San Félix Vidarte, 2004)


[13] El artículo se titula: “Los Mitas” y aparece en La Fe en Marcha. 1991 – 1. Supongo que se refiere a Enero del 1991.


[14] El autor del artículo titulado “Muerte de un ateo” es un tal Gerard B. Winrod. Aparece en la revista La Fe en Marcha, Abril-Mayo, 1982. Afortunadamente en esta edición el informalismo pentecostal se percató de la importancia de poner fecha.


[15] En la revista La Fe en Marcha del 1982, Yiye narra la siguiente anécdota en un artículo que se titula “¿Existe el Diablo?”: “Una noche me despertó el Señor a las cuatro de la mañana y me envió a una montaña a orar. […] Subí por un camino que conduce a lo alto de la montaña y […] me recosté de un árbol de Flamboyán. Allí empecé a orar. […] De pronto sentí pasos que subían por el camino. Miré y vi a la distancia un hombre que subía […] Cuando estuvo cerca pude distinguir claramente que vestía camisa y pantalón. Era alto y muy ancho de hombros. Su cabello rizo y despeinado. Según se acercaba, sus pasos sacudían el camino. Las piedras parecían volar a cada pisada como si calzara zapatos de plomo. Pasó muy cerca de mi persona. Yo lo miraba fijamente, pero él no me dirigía la mirada. […] En aquel instante el Señor me mostró claramente… ES EL DIABLO.” El resto de la anécdota es un desparrame de acción. Uno se pregunta si Yiye no adolecía de algún trastorno mental que le hacía sufrir ese tipo de alucinaciones o si, por el lugar y la hora, la oscuridad le sugestionó hasta el punto de sentir la visita del diablo, lo cual también es posible. La cuestión es que Yiye logra con esto posicionarse como un privilegiado porque, como sabemos, ser visitado por el diablo es, en el ámbito religioso, pertenecer o estar cerca de ese otro ámbito espiritual. Cristo fue visitado por el diablo en el desierto según los evangelistas antes de comenzar su ministerio. Otra vez usando el planteamiento de Hume:  “Un beato puede ser un entusiasta e imaginar que ve lo que no es real. Puede que sepa que su relato es falso y aun así perseverar en él con las mejores intenciones del mundo, por el bien de promover tan sagrada causa. Incluso sin caer en esta ilusión, su vanidad, azuzada por una tentación tan poderosa, puede actuar sobre él más eficazmente que en el resto de los hombres en cualquier otra circunstancia; y lo mismo con el interés. Sus oyentes pueden no tener, y por lo común no tendrán juicio suficiente para ponderar su evidencia. […] La elocuencia, en su más alta cumbre, deja poco lugar para la razón o la reflexión; por ello, dirigiéndose por completo a la fantasía o los afectos, cautiva a los predispuestos oyentes y subyuga su entendimiento. ” (Investigación sobre el entendimiento humano, énfasis mío, p. 261 ) Se reconoce que Yiye tal vez nunca tuvo la intención de presentarse de esa forma en un modo intencional o completamente a consciencia de que lo que narraba era producto de su propia imaginación; pero sí debo aclarar que, como todos los que han proclamado algo similar (como el caso de Mita o del más reciente: José Luis de Jesús Miranda “Jesucristo Hombre”) la perseverancia en un relato que es falso puede nacer de un entusiasmo, de una imaginación o una ilusión atizada que se vigoriza en una circunstancia en la que la vanidad es una tentación demasiado poderosa, casi irresistible y tan irresistible: que la mentira que se fragua pasa desapercibida, en otras: la persona misma no le duele ni le perturba mentir, viendo que eso coopera con la causa sagrada. Tengamos en cuenta que Yiye narra esto en pasado, cuando ya era una voz que comandaba ejércitos de creyentes puertorriqueños y latinoamericanos en general, con lo que la observación de Hume puede acercarse mucho al caso de nuestro evangelista. Desde luego, lo primero que hay que sentar como base para no concederle a Hume su punto en este respecto: es que Yiye era incapaz de mentir. Pero si todo hombre es capaz de mentir, como también lo plantea Hume, luego Yiye pudo mentir. Pero esto es, precisamente, la base irrompible de los que consideran a Yiye un enviado de Dios: que, aunque hombre, es incapaz de mentir. Este es el impase, y de ahí que sea en vano tratar de persuadir a un seguidor de Yiye de que fue un gigantesco embustero.   


[16] Sabemos que la venta de este café orgánico al que se la atribuyen propiedades regeneradoras es un negocio escalonado que rinde ganancias en la medida en que aumentan los distribuidores independientes que lo promocionan y lo venden. Yiye lo recomendó muchas veces en su programa a las doce del mediodía, anunciándolo como una fuente de salud. Desde luego, alguna ganancia generaba al ministerio Cristo Viene la promoción de este producto.


[17] “El pentecostalismo, como movimiento de religiosidad popular evangélica, encarna la expresión apocalíptica y el énfasis en la posesión del Espíritu Santo que se extendió por el oeste y el sur de Estados Unidos a partir de los avivamientos de principios del Siglo XIX. Su culto es informal, exalta el entusiasmo hasta el éxtasis religioso de la posesión del Espíritu Santo y se expresa en el lenguaje y la música de la cultura popular.” (Silva Gotay, Samuel. “Protestantismo y Política en Puerto Rico: 1898 - 1930”, 2005, La Editorial de la Universidad de Puerto Rico, p. 143, 144)


[18] La Fe en Marcha (1986). Aclaro que debo la bibliografía completa de la revista, no por mí, sino por la informalidad e irregularidad de las revistas editadas entonces por el ministerio. Recordemos que estamos bregando con la naturaleza informal del pentecostalismo que elude la organización, como lo hace notar el historiador Samuel Silva Gotay en el libro aquí varias veces citado.


[19] En La Fe en Marcha, Yiye aparece en una foto junto a Osvaldo en la portada de la edición del 1993-2.


[20] La Fe en Marcha, 1991 – 1.


[21] Citado en Marqués Reyes, Domingo J. “Dios aprieta, ¿pero no ahoga?”, en: “La religión como problema en Puerto Rico”, Terranova Editores, 2011, San Juan.


[22] En la revista La Fe en Marcha, Año IV, número 2, en un artículo de entrada titulado “El cristiano y la televisión” Yiye establece que ver televisión es un acto de enemistad contra Dios: “Es profético que el conocimiento científico aumentará para LOS ULTIMOS DIAS. […] LA MAYOR PARTE DE LOS PROGRAMAS TELEVISADOS SON MUNDANOS Y SOLO LLEVAN ENTRETENIMIENTO CARNAL a la humanidad. AHI ESTA EL PELIGRO para los cristianos. […] Es claro esto. Usted se entretiene en la televisión. Se goza su novela, lé ríe las gracias a los cómicos, ve los juegos de pelota, boxeo, la lucha libre y las películas. Es de gran gozo para la carne pero la Biblia dice: ES MUERTE Y ENEMISTAD CONTRA DIOS. Esto implica que miles de evangélicos llamándose cristianos VIVEN EN ENEMISTAD CON DIOS.”  Aclaro que las letras en mayúsculas no es énfasis mío, sino del propio Yiye. Así aparece en la revista tal cual lo transcribo. Yiye prosigue afirmando en su diatriba contra la televisión que es una “ESCUELA DE LA MALDAD” para los niños, que roba el tiempo y que retienen a los cristianos en sus casas. 


[23] Esto es lo que pone a Yiye como obelisco del pentecostalismo: “El pentecostalismo difiere del protestantismo histórico por el énfasis en la posesión del Espíritu Santo como sello de salvación que se expresa en el éxtasis religioso en el que se pierde el control personal, el “hablar en lenguas”, la “profecía”, la “sanidad divina” y, sobre todo, difiere en el carácter “apocalíptico inminente” que le adscribe a “la segunda venida del Señor”. El carisma religioso del pentecostalismo tiene un carácter “personal” que elude la reglamentación y la institucionalización de un cuerpo organizado, lo cual da lugar al establecimiento de múltiples “ministerios” personales.” (Silva Gotay, Samuel. “Protestantismo y Política en Puerto Rico: 1898 - 1930”, 2005, La Editorial de la Universidad de Puerto Rico, p. 144) No es que los protestantes en general no esperen a Cristo. En todos los protestantes la segunda venida de Cristo es algo central de la ortodoxia. Sin embargo en ningún otro grupo el asunto de la venida es algo tan inminente como lo es en el caso del pentecostalismo, como muy bien lo hace notar Silva Gotay. También en esta descripción que hace Silva Gotay se alcanza a comprender cómo es que Yiye florece, como un ministerio independiente, pero a la vez favorecido por los concilios pentecostales y las iglesias pentecostales independientes en general.


[24] En la revista La Fe en Marcha del año 1986 Yiye dice: “¿Qué hora es ahora en Reloj del cielo? Hace años una hermana me contaba que fue arrebatada y en lo alto el Señor Jesucristo le mostró un gran reloj. Al leer la hora eran las doce menos cinco. Cinco minutos para la medianoche. Luego años más tarde prediqué en Guatemala y en una de las noches de la campaña, Dios le dio una visión a una hermana y ella vio al Señor y El le dijo: “Faltan 2 minutos para las doce”. En otra campaña, algún tiempo más tarde, un hermano misionero me dio testimonio que estando en ayuno fue subido al cielo y en la visión el Señor le mostró tronos y coronas de sus Siervos y luego un gran reloj. Al terminar la hora, el hermano pudo ver que faltaba un minuto para las doce. Aleluya. CRISTO VIENE YA.”(p.5) Por supuesto, Yiye en ninguna parte aclara si cada hora representaba un año o una cantidad de años, pero se divierte aludiendo a testigos sin nombre que aparentemente recibieron estas visiones portentosas. Nótese la vaguedad y la incertidumbre con la que él mismo maneja la oscuridad de la información: “algún tiempo más tarde”. Nunca dice: en el año tal, pues claro, sabe que está pisando terreno pantanoso porque arriesgarse a dar número específicos sería incurrir en los pasados errores de las sectas que se han afiebrado hasta el delirio con las profecías bíblicas.


[25] “Las incursiones e instalación de los godos y vándalos en el Imperio Romano de Occidente, las muchas guerras civiles, el desmantelamiento progresivo de las instituciones públicas y los cambios en la sociedad fomentaron mentalidades de crisis. Para algunos cristianos todos estos cambios eran señales de que el mundo estaba por acabar y Cristo pronto haría su triunfante segunda venida. Como en muchísimas ocasiones posteriores, la aceleración del cambio político y económico se tomaba como señal escatológica.” (Picó, Fernando. “Historia General del Occidente Europeo: Siglos V al XV”. Cap. 3 p. 50)

[26] Samuel Silva Gotay hace notar que históricamente el pentecostalismo ha florecido en los lugares más desproveídos y pobres, carentes por lo tanto de una educación superlativa, de un acceso a la literatura a la que un universitario puede acercarse. Se hace claro entonces cómo es que Yiye es recibido con gran fanfarria por un presidente como Daniel Ortega y que haya tenido tanto éxito en los colectivos pentecostales locales y de otras partes. (Silva Gotay, Samuel. “Protestantismo y Política en Puerto Rico: 1898 - 1930”, 2005, La Editorial de la Universidad de Puerto Rico)

[27] 1 Corintios 15. 26





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